Un don fundamental del ser humano es la capacidad de dialogar. Pero, en general, sabemos muy poco de esa ventaja que nos abre al infinito y la usamos deficientemente. Vamos a ver si aprendemos algo más para ser más humanos, para realizarnos en plenitud
Muchos piensan que el diálogo es una
“conversación entre dos”, por oposición al monólogo, que se da cuando habla una
sola persona. No, no se trata solo de
una conversación entre dos o más personas. Diálogo nada tiene que ver con
dos. Se trata de avanzar comparando opuestos. El sentido reside más en el
debate y en el avance, que en los interlocutores.
Etimológicamente la palabra diálogo
viene del griego: tanto del lego, “que quiere decir juntar (de donde
provienen muchas palabras, desde leer,
lógica y todo lo que termina en – logia y legio), como también la partícula diá, que tiene el sentido de atravesar,
caminar, como la palabra diagonal, por ejemplo.
La dialéctica es el arte de dialogar y nadie lo confunde con una
conversación entre dos personas.
Hemos sido creados para dialogar.
Cuando Dios llamó a la vida, comenzó a dialogar con nosotros, con cada uno de
nosotros. Por eso ya vinimos con una energía inmensa, que nos impele a la
búsqueda infinita. Y venimos llenos de interrogantes, que se manifiestan a
medida que vamos creciendo, si realmente crecemos.
Precisamente por eso, uno de nuestros
esfuerzos tiene que ser romper con todos los bloqueos que impidan el desarrollo
de nuestra fuerza propulsora. Nos enseñaron determinadas normas para saber cómo detenernos y comportarnos; ahora tenemos que
aprender normas para crecer y desarrollarnos.
Dialogar es caminar atravesando una
región en la que vamos amontonando cosas a la vera del camino y en la que vamos
siendo empujados por el juego de los opuestos, que nos lanzan de un lado al
otro.
Podemos recordar las alusiones al
diálogo entre los primeros compañeros de San Francisco, como recuerdan las
biografías. San Francisco ordenó, en la
Regla para los Eremitorios, tener un diálogo espiritual todos los días. El
diálogo parece ser el único método general en la escuela franciscana de
oración.
Mientras “otras grandes escuelas” de
espiritualidad presentan sus “métodos”, la escuela franciscana no tiene un
método propiamente dicho. No podemos decir que sea un método rezar como rezó
San Francisco. El método es un sistema para lograr determinada finalidad. Si preguntamos ¿cómo hicieron entonces los
hijos de San Francisco para crecer en el decurso de los siglos? En mi opinión,
la mejor respuesta sería: a través del diálogo fraterno.
Al parecer, el diálogo franciscano
fue siempre espontáneo e ingenuo, sin propósito alguno de alcanzar una meta.
Pero fue continuo y eficiente. Los hermanos se reunían no solo para alabar a Dios, sino también para
andar por el mundo y para trabajar. Fueron grandes conversadores y confiaron
mucho los unos en los otros. San Francisco dio el ejemplo, contando con
frecuencia sus sueños, que entendía como “revelación del Espíritu Santo”, o
participando de sus inspiraciones y presentimientos que consideraba como dones
especiales: “El Señor me dio…”, “El Señor me condujo…”
Fray José Carlos Correa Pedroso
“Los ojos del espíritu”, Ed. Paulinas
Editado por: Marina Fiorino Sierra
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