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jueves, 14 de agosto de 2014

LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA AL CIELO


El día 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII declaró dogma de fe la Asunción de la Virgen María a los cielos.
Pío XII, en la misma Constitución en que declaró el dogma, exponía que «los argumentos y razones de los Santos Padres y de los teólogos a favor del hecho de la Asunción de la Virgen se apoyan, como en su fundamento último, en las Sagradas Letras, las cuales, ciertamente, nos presentan ante los ojos a la augusta Madre de Dios en estrechísima unión con su divino Hijo y participando siempre de su suerte. Por ello parece como imposible imaginar a aquella que concibió a Cristo, le dio a luz, le alimentó con su leche, le tuvo entre sus brazos y le estrechó contra su pecho, separada de Él después de esta vida terrena, si no con el alma, sí al menos con el cuerpo. Siendo nuestro Redentor hijo de María, como observador fidelísimo de la ley divina, ciertamente no podía menos de honrar, además de su Padre eterno, a su Madre queridísima. Por consiguiente, pudiendo adornarla de tan grande honor como el de preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que realmente lo hizo».
Añadía el Papa: «A la manera que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de su más absoluta victoria sobre la muerte y el pecado, así la lucha de la bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal...[1]
Sigamos e imitemos a María, un alma profundamente eucarística, y toda nuestra vida podrá transformarse en un Magníficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 58), en una alabanza de Dios.[2]
Signo del destino final de todos los creyentes, y por esto ya motivo de gozosa fiesta de todos nosotros….Fiesta de cada uno que se ve en María, que en su totalidad se contempla gloriosa y llevada al cielo por Jesús.
Los Franciscanos se distinguieron siempre en la devoción a la Virgen y en particular a María Asunta al cielo en cuerpo y alma. Entre todos recordamos a San Antonio, Doctor evangélico, quien es también recordado como Doctor del Dogma de la Asunción y después de él las grandes lumbreras de la Orden Seráfica: San Buenaventura, el Beato Juan Duns Escoto, San Bernardino de Siena, San Leonardo de Puerto Mauricio y muchos otros, fieles seguidores del Pobrecillo, que, como San Maximiliano María Kolbe hicieron de la devoción a María la guía e inspiración de su vida religiosa y de toda su actividad.

La liturgia la presenta exultante: “Un gran portento apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”.[3]
María goza pues ya y completamente, en cuerpo y alma, de la alegría de la visión celestial, la alegría de estar nuevamente con su Hijo en medio de los coros angélicos. Y esta es una puerta de esperanza para nosotros que, viviendo en el bien, podremos llegar al cielo.





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