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viernes, 23 de mayo de 2014

Desde hace largo tiempo, Francisco ya no es.....

Desde hace largo tiempo, Francisco ya no es aquel desenvuelto y jovial cabecilla de la juventud que fuera otrora. Anda sumido en sus pensamientos; tiene pesadillas; todavía no sabe exactamente qué es lo que quiere ni qué le pasa; sólo tiene clara una cosa: se han desvanecido los sueños de caballería, no ha encontrado la felicidad en el camino de la guerra. La cautividad en la cárcel de Perusa y la enfermedad lo han vuelto ensimismado y pensativo. 

Tampoco en su casa le van bien las cosas: los ambiciosos proyectos de su padre no son del agrado de Francisco; Pietro di Bernardone y su sentido del comercio no casan con la manera de ser ni con la sensibilidad de Francisco. En el fondo, ha roto ya con el hogar paterno. Busca lugares solitarios donde entregarse a la oración, rehuye la vida de sociedad, se va a vivir con los leprosos. Y entonces vive una experiencia revulsiva: lo amargo se le transforma en dulzura, las náuseas producidas por la visión de la lepra se le tornan compasión, y siente una sensación nueva: encuentra alegría, más aún, dulzura, ternura. Mientras, sobreponiéndose a sí mismo, estaba besando al leproso, se redescubrió a sí mismo, se experimentó de una forma nueva, se autoconoció desde otra dimensión. 

Descubrió que tenía nuevas posibilidades. En el horizonte brillaba algo distinto de la guerra y el comercio, aunque no podía captar todavía en qué consistía exactamente. Lo importante en aquel entonces era que estaba completamente abierto e incondicionalmente dispuesto a dar un cambio a su vida. Había aprendido, gracias a los acontecimientos, a captar nuevos criterios, a percibir unos valores que antes no le habían preocupado o ante los cuales había pasado con repugnancia: Dios y los leprosos. Mediante el encuentro con Dios y con los leprosos se vio transformado. Tal vez presiente una dirección superior en su vida.

Envuelto en tales sentimientos de anhelante búsqueda y de incondicional apertura, «anda un día cerca de la iglesia de San Damián, que estaba casi derruida y abandonada de todos. Entra en ella, guiándole el Espíritu, a orar, se postra suplicante y devoto ante el crucifijo, y, visitado con toques no acostumbrados en el alma, se reconoce luego distinto de cuando había entrado. Y en este trance, la imagen de Cristo crucificado -cosa nunca oída-, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco. 

Llamándolo por su nombre: "Francisco -le dice-, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene del todo al suelo". Presa de temblor, Francisco se pasma y como que pierde el sentido por lo que ha oído. Se apronta a obedecer, se reconcentra todo él en la orden recibida» (2 Cel 10a; cf. TC 13).
El relato de Celano describe con exactitud la situación en la que debemos colocar la oración. Por desgracia Celano no nos ha transmitido el texto de la oración. Pero lo han transmitido antiguos manuscritos, que la han conservado junto con otras oraciones del Santo, precisando que éste la recitaba frecuentemente en lengua vulgar y que la enseñó a rezar a sus compañeros.





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