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viernes, 23 de mayo de 2014

En su búsqueda, el joven Francisco lo espera todo de Dios



De acuerdo con la situación en que Francisco se encuentra, su oración es una súplica. 
Compartimos con ustedes la dinámica interna de su oración.
Consta de dos invocaciones y dos peticiones. 
La primera invocación está ampliada con dos adjetivos, con los que Francisco reconoce que Dios es sumo y glorioso. Ante este Dios glorioso se encuentra Francisco, con el corazón envuelto en tinieblas. 
Sabe que la iluminación sólo puede venirle de Dios, que es la luz. Por eso, le pide, primero, que ilumine las tinieblas de su corazón y, segundo, que le dé fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento («sensum et cognitionem», como se dice en el texto latino).
Como puede advertirse, entre la primera y la segunda petición hay una progresión: pasa de lo negativo (tinieblas) a lo positivo (fe, esperanza...). Después de las dos peticiones viene la segunda invocación: Señor, más corta que la primera, y que  resume las peticiones anteriores a la vez que desemboca en la frase conclusiva: para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento.

Así pues, la oración desarrolla una dinámica interna: ante el señorío y la alteza de Dios.
Todas las capacidades de su corazón y de su entendimiento sólo pueden provenirle de Dios, y deben conducirle a Él. Sumido en la turbación, Francisco no simplemente pide fe, esperanza y caridad, sino que toda su oración tiene como meta el ser capaz de cumplir el santo y verdadero mandamiento de Dios. Quiere percibir y reconocer la voluntad de Dios.

Esta oración es muy reveladora de la manera de pensar de Francisco. Éste empieza su oración invocando a Dios, y la concluye con el propósito de cumplir el santo mandamiento de Dios. 

Los dos polos en los que se tensa la oración son dar y cumplir: que Dios dé, para que el hombre cumpla. Esta estructura configura también otros textos de Francisco.

MEDITACIÓN DE LA ORACIÓN
Sumo, glorioso Dios...
Por el tiempo en que Francisco recitó esta oración, se le había vuelto todo problemático. ¿No era suficiente con aclararse él mismo? ¿No tenía que clarificar su propia situación, las relaciones con su padre, su futuro personal? En cambio, y aunque está inmerso en tales circunstancias, Francisco no se mira a sí mismo, sino contempla al Altísimo.

¿Cuántas veces estamos pendientes de discordias y discrepancias, de problemas y trabajos por resolver? Cuando eso nos ocurre, nos arrastramos penosamente, sin ver salida alguna. Somos incapaces de mirar adelante, nos quedamos fijos el punto donde estamos. En ese caso puede sernos de gran ayuda el levantar la mirada y orar pausadamente: Altísimo. Quien así ora, reconoce: hay alguien más grande que yo!

Glorioso: la fe no sólo ve los sufrimientos y dolores del Crucificado. 
En el fondo, toda la tarea de nuestra vida de fe consiste en contemplar, aunados, el viernes santo y el domingo de resurrección, en unir el domingo y los restantes días de la semana... Si en Cristo el Crucificado resplandece la majestad, no puede haber sólo cotidianidad, ni sólo sufrimiento, muerte y absurdo. Francisco mismo es un ejemplo de cómo resplandece la alegría a través de la debilidad y el sufrimiento corporal, de cómo se manifiesta la majestad de Dios en el momento de la muerte, concediéndole morir entre cánticos.



...ilumina las tinieblas de mi corazón...
En la invocación, Francisco ha reconocido la majestad de Dios. En su súplica incluye todo: la oscuridad de su corazón, su perplejidad..., el hecho de no ver camino alguno, su inmensa agitación interior, su vacilación entre la amargura y la dulzura.
La iluminación no puede venir más que de Dios. Lo primero que pide Francisco es participar de la gloria de Dios, penetrar en su luz; es lo más urgente y necesario y transformante: cuando la luz de Dios nos ilumina, nuestra vida aparece bajo una luz distinta, nueva.


...dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta...
Ante el Crucifijo lleno de luz de la capillita de San Damián, Francisco se ha dado cuenta de las tinieblas de su corazón. Éstas consisten, en el fondo, en no poder liberarse y entregarse como se entregó el Crucificado. Por eso, pide lo que constituye y fundamenta la vida cristiana, las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. 
En la fe, el ser humano se entrega, como Abraham, al otro... En la esperanza, miro más allá de mí mismo... En la caridad, entrego mi ser más profundo y doy una respuesta personal al tú. Lo que el hombre busca es amor; el ser humano crece y se perfecciona cuando ama y es amado. Alcanza su perfección en la entrega a los otros. Esta caridad perfecta es la que pide Francisco. Y pide fe recta
La súplica de una fe recta es algo que mantiene hoy en día toda su actualidad. Estamos expuestos a muchas opiniones. Corremos el riesgo de considerar de antemano nuestra propia opinión como la única verdadera; y también corremos el riesgo de prestar oídos al último grito. La petición dame fe recta puede preservarnos tanto de la excesiva seguridad en nosotros mismos, como de ese estar a merced de la última opinión del momento.

Durante cierto tiempo, Francisco corrió tras ilusorias quimeras. Soñó con las armas y el camino de la fuerza. Pero también escuchó la voz de la conciencia, y tomó un camino diferente. Ahora, siguiendo ese camino, pide esperanza cierta, segura, una esperanza que supera en mucho el afán de gloria y honor. Una esperanza que se mantiene firme, pues el hombre ha puesto su punto de apoyo en el Señor. Y el Señor es ahora su seguridad.

Francisco concretiza también la caridad, la tercera actitud objeto de su súplica, con un adjetivo calificativo:perfecta, completa
La dedicación a los leprosos dio un vuelco total a las sensaciones y percepciones experimentadas hasta entonces por Francisco. Cuando balbucea su oración ante el Crucifijo, sigue todavía conmovido por aquel acontecimiento. Se asombra pensando de dónde le vinieron las fuerzas para sobreponerse heroicamente y abrazar a aquel leproso terriblemente desfigurado, besarlo y lavarle las llagas purulentas. Sabe que, por sí mismo, es incapaz de lograrlo. Para ello necesita la caridad que le oriente de una forma nueva hacia el prójimo y le ayude a entregarse a los demás; una caridad que vive y hace renacer. Por eso pide crecer en la caridad, y que ésta sea cada vez más perfecta.

Francisco mantendrá a lo largo de toda su vida lo que pide en esta época de su conversión.
Su consolidada esperanza le permite presentarse seguro de sí mismo ante el obispo y el papa, le ayuda a hacer revivir a los pobres y enfermos; hasta en la misma hora de su muerte, irradia una esperanza llena de vida. 
El Cántico del hermano Sol, que manda le canten en ese trance, es expresión de su caridad universal, perfecta: del amor a Dios, a todos los hombres, sanos y enfermos, a los pecadores y a los que perdonan, un amor que, en definitiva, abraza a todas las criaturas, transforma cielo y tierra y, precisamente por la fuerza de esa caridad perfecta, reconcilia al podestá y al obispo.



...sentido y conocimiento, Señor...
Primero Francisco ha pedido las virtudes básicas, las virtudes «teologales». Lo que pide a continuación concierne más bien a sus capacidades y fuerzas anímicas. Pide sentido y conocimiento ("sensum et cognitionem"). Lo cual puede traducirse de modos distintos:  uno el de la llave de los sentidos, de la sensibilidad. Por eso, la oración puede traducirse: dame sensibilidad, sentido para captar tu mandamiento. Permíteme sentir, experimentar tangiblemente qué es lo que quieres. Haz que sea sensible a ti y a los hombres. Hazme receptivo a tu llamada y sensible a las peticiones, muchas veces silenciosas, de los hombres. Concédeme permanecer abierto con todos mis sentidos para comprender el sentido de mi vida.

 Francisco pide poder reconocer el camino recto y comprender los planes de Dios.
Así pues, con las palabras sentido y conocimiento se alude al hombre en su totalidad, abarcando tanto la esfera corporal como la espiritual. 

El hombre debe cumplir el mandamiento de Dios con el corazón y con la mente, con cuerpo y alma, con todas sus fuerzas. Francisco reconoce esta pobreza del ser humano, su dependencia de Dios. Por eso exclama: Señor. El recto sentido y conocimientosólo pueden venir de Dios. También respecto a las virtudes, al esfuerzo por hacer el bien, el hombre es un mendigo ante Dios, pero un mendigo que puede extender las manos con toda confianza y pedirle:
-- la iluminación del corazón, 
-- fe, esperanza y caridad,

-- sentido y conocimiento.
...para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento

Al final, Francisco no pide nada para sí mismo; toda su petición tiene como objetivo hacer que su proyecto de vida pueda ajustarse al mandamiento de Dios, no olvidar a Dios, no programar la vida sin tener en cuenta a Dios... 
En su búsqueda, el joven Francisco lo espera todo de Dios. Se entrega a Él por entero y sólo le pide cumplir su santo y verdadero mandamiento

Ante el Crucifijo de San Damián, la angustia vital de Francisco se torna compasión con el Crucificado. Hasta aquel momento había experimentado su propia oscuridad interior, su inseguridad y angustia vital; en adelante, su sufrimiento encuentra claramente un punto de referencia y un contenido: proseguirá su caridad a los leprosos y la ampliará a todos, conviviendo con «gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos» (1 R 9,2). 

Aquella hora de San Damián, en la que reconoce que el mandamiento de su vida consiste en la compasión con el Crucificado, es para Francisco el inicio de ese camino en cuyo término se hará patente su identificación con Cristo mediante la estigmatización. En San Damián empieza el camino que conduce al monte Alverna.... (1)


(1)Comentario a las oraciones de San Francisco por Leonardo Lehmann, OFMCap. Adaptación.





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