Fray Luis Scozzina |
........Cristo quiso que su
Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin
excluir a nadie.
Agradecemos a los pastores, a los fieles y a las comunidades dispuestos a acompañar y a hacerse cargo de las heridas interiores y sociales de los matrimonios y de las familias.
Agradecemos a los pastores, a los fieles y a las comunidades dispuestos a acompañar y a hacerse cargo de las heridas interiores y sociales de los matrimonios y de las familias.
También está la luz
que resplandece al atardecer detrás de las ventanas en los hogares de las
ciudades, en las modestas casas de las periferias o en los pueblos, y aún en
viviendas muy precarias. Brilla y calienta cuerpos y almas. Esta luz, en el
compromiso nupcial de los cónyuges, se enciende con el encuentro: es un don,
una gracia que se expresa ?como dice el Génesis? cuando los dos rostros están
frente a frente, en una ''ayuda adecuada'', es decir semejante y recíproca. El
amor del hombre y de la mujer nos enseña que cada uno necesita al otro para
llegar a ser él mismo, aunque se mantiene distinto del otro en su identidad,
que se abre y se revela en el mutuo don. Es lo que expresa de manera sugerente
la mujer del Cantar de los Cantares: ''Mi amado es mío y yo soy suya? Yo soy de
mi amado y él es mío''.
El itinerario, para
que este encuentro sea auténtico, comienza en el noviazgo, tiempo de la espera
y de la preparación. Se realiza en plenitud en el sacramento del matrimonio,
donde Dios pone su sello, su presencia y su gracia. Este camino conoce también
la sexualidad, la ternura y la belleza, que perduran aun más allá del vigor y
de la frescura juvenil. El amor tiende por su propia naturaleza a ser para
siempre, hasta dar la vida por la persona amada. Bajo esta luz, el amor
conyugal, único e indisoluble, persiste a pesar de las múltiples dificultades
del límite humano, y es uno de los milagros más bellos, aunque también es el
más común.
Este amor se
difunde naturalmente a través de la fecundidad y la generatividad, que no es
sólo la procreación, sino también el don de la vida divina en el bautismo, la
educación y la catequesis de los hijos. Es también capacidad de ofrecer vida,
afecto, valores, una experiencia posible también para quienes no pueden tener
hijos. Las familias que viven esta aventura luminosa se convierten en un
testimonio para todos, en particular para los jóvenes.
Durante este
camino, que a veces es un sendero de montaña, con cansancios y caídas, siempre
está la presencia y la compañía de Dios. La familia lo experimenta en el afecto
y en el diálogo entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y
hermanas. Además lo vive cuando se reúne para escuchar la Palabra de Dios y para
orar juntos, en un pequeño oasis del espíritu que se puede crear por un momento
cada día. También está el empeño cotidiano de la educación en la fe y en la
vida buena y bella del Evangelio, en la santidad. Esta misión es frecuentemente
compartida y ejercitada por los abuelos y las abuelas con gran afecto y
dedicación. Así la familia se presenta como una auténtica Iglesia doméstica,
que se amplía a esa familia de familias que es la comunidad eclesial. Por otra
parte, los cónyuges cristianos son llamados a convertirse en maestros de la fe
y del amor para los matrimonios jóvenes.
Hay otra expresión
de la comunión fraterna, y es la de la caridad, la entrega, la cercanía a los
últimos, a los marginados, a los pobres, a las personas solas, enfermas,
extrajeras, a las familias en crisis, conscientes de las palabras del Señor:
''Hay más alegría en dar que en recibir''. Es una entrega de bienes, de
compañía, de amor y de misericordia, y también un testimonio de verdad, de luz,
de sentido de la vida.
La cima que recoge
y unifica todos los hilos de la comunión con Dios y con el prójimo es la Eucaristía dominical,
cuando con toda la Iglesia
la familia se sienta a la mesa con el Señor. Él se entrega a todos nosotros,
peregrinos en la historia hacia la meta del encuentro último, cuando Cristo
''será todo en todos''. Por eso, en la primera etapa de nuestro camino sinodal,
hemos reflexionado sobre el acompañamiento pastoral y sobre el acceso a los
sacramentos de los divorciados en nueva unión.
Nosotros, los
Padres Sinodales, pedimos que caminen con nosotros hacia el próximo Sínodo.
Entre ustedes late la presencia de la familia de Jesús, María y José en su modesta
casa. También nosotros, uniéndonos a la familia de Nazaret, elevamos al Padre
de todos nuestra invocación por las familias de la tierra:
- Padre, regala a todas las familias la presencia de esposos fuertes y sabios, que sean manantial de una familia libre y unida.
- Padre, da a los padres una casa para vivir en paz con su familia.
- Padre, concede a los hijos que sean signos de confianza y de esperanza y a jóvenes el coraje del compromiso estable y fiel.
- Padre, ayuda a todos a poder ganar el pan con sus propias manos, a gustar la serenidad del espíritu y a mantener viva la llama de la fe también en tiempos de oscuridad.
- Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la misericordia''.
Editado por Marina Fiorino Sierra
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