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domingo, 30 de noviembre de 2014

EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN CONTEMPLADO CON LOS OJOS DE FRANCISCO DE ASÍS

Todos conocemos la historia de Francisco que en Greccio, tres años antes de su muerte, comenzó la tradición navideña del pesebre.
La importancia del episodio no está tanto en el hecho en sí mismo ni en la espectacular continuación que ha tenido en la tradición cristiana; está en la novedad que revela a propósito de la comprensión que el santo tenía del misterio de la encarnación.
Francisco de Asís nos ayuda a integrar la visión ontológica de la Encarnación, con la más existencial y religiosa. No importa, de hecho, saber solo que Dios se ha hecho hombre;importa también saber que tipo de hombre se ha hecho. Es significativo la forma distinta y complementaria en la que Juan y Pablo describen el evento de la encarnación. Para Juan, consiste en el hecho de que el Verbo que era Dios se ha hecho carne (cf. Jn 1, 1-14): para Pablo, consiste en el hecho de que "Cristo, siendo de naturaleza divina, ha asumido la forma de siervo y se ha humillado a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte" (cf. Fil 2, 5 ss). Para Juan, el Verbo, siendo Dios, se ha hecho hombre; para Pablo "Cristo, de rico que era, se ha hecho pobre" (cf. 2 Cor 8, 9).
Francisco de Asís se sitúa en la línea de san Pablo. Más que sobre la realidad ontológica de la humanidad de Cristo (en la cual cree firmemente junto a toda la Iglesia), insiste, hasta la conmoción, sobre la humildad y la pobreza de esta. Dicen las fuentes, que había dos cosas que tenían el poder de conmoverlo hasta las lágrimas cada vez que oía hablar de ellas:  “la humildad de la encarnación de la caridad de la pasión”[2]. “No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla. Una vez que se sentó a comer le dijo un hermano que la Santísima Virgen era tan pobrecilla, que a la hora de comer no tenía nada que dar a su Hijo. Oyendo esto el varón de Dios, suspiró con gran angustia, y, apartándose de la mesa, comió pan sobre la desnuda tierra”[3] .
2. La Navidad y los pobres
La distinción entre el hecho de la encarnación y el modo de ésta, entre su dimensión ontológica y la existencial, nos interesa porque arroja una luz singular sobre el problema actual de la pobreza y de la actitud de los cristianos hacia ella. Ayuda a dar un fundamento bíblico y teológico a la elección preferencial por los pobres, proclamada en el Concilio Vaticano II. Si de hecho por el hecho de la encarnación, el Verbo tiene, en cierto sentido, asumido a cada hombre, como decían ciertos Padres de la Iglesia, por el modo en el que ha sucedido la encarnación, él ha asumido, de una forma particular, el pobre, el humilde, el que sufre, hasta el punto de identificarse con él.
Ciertamente, en el pobre no se tiene el mismo género de presencia de Cristo que se tiene en la Eucaristía o en otros sacramentos, pero se trata de una presencia también "real". Él ha instituido este signo, como ha instituido la Eucaristía. Él que pronunció sobre el pan las palabras: "Esto es mi cuerpo", dijo estas mismas palabras también sobre los pobres. Lo ha dicho cuando, hablando de lo que se ha hecho, o no se ha hecho, por el hambriento, el sediento, el prisionero, el desnudo y el exiliado, declaró solemnemente: "Lo habéis hecho a mí", y "no lo habéis hecho a mí". Esto de hecho equivale a decir: "Esa persona realmente rota, necesitada de un poco de pan, ese anciano que moría entumecido por el frío sobre la acera, ¡era yo!". "Los padres conciliares - escribió Jean Guitton, observador laico del Vaticano II - han redescubierto el sacramento de la pobreza, la presencia de Cristo bajo la especie de aquellos que sufren"[5].
El pobre es también él un "vicario de Cristo", uno que toma el lugar de Cristo. Vicario, en sentido pasivo, no activo. No en ese sentido, es decir, que lo que hace el pobre es como si lo hiciera Cristo, si no en el sentido que lo que se hace al pobre es como si se le hiciese a Cristo. Es verdad, como escribe san León Magno, que después de la ascensión, "todo lo que era visible de nuestro Señor Jesucristo ha pasado en las signos sacramentales de la Iglesia"[6], pero también es verdad que, desde el punto de vista existencial, esto ha pasado también en los pobres y en todos aquellos con los que él dijo: "Lo habéis hecho a mí".
Si los cristianos son aquellos que han sido "bautizados en la muerte de Cristo" (Rom 6, 3), ¿quién está más bautizado en la muerte de Cristo que ellos?
¿Cómo no considerarles, en cierto modo, Iglesia de Cristo, si Cristo mismo les ha declarado su cuerpo? Ellos son "cristianos", no porque se declaren pertenecientes a Cristo, sino porque Cristo les ha declarado pertenecientes a si mismo: "¡Lo habéis hecho a mí!" Si hay un caso en el que la controvertida expresión "cristianos anónimos" puede tener una aplicación plausible, es precisamente este de los pobres.
De ello se desprende que el Papa, vicario de Cristo, es realmente el "padre de los pobres", el pastor de este rebaño inmenso, y es una alegría y un estímulo para todo el pueblo cristiano ver cuánto este rol ha sido tomado en el corazón de los últimos Sumos Pontífices y de una forma particular del pastor que se sienta hoy en la cátedra de Pedro. Él es la voz más autorizada que se levanta en su defensa. La voz de los que no tienen voz. ¡Realmente no "se ha olvidado de los pobres"!

3. Amar, auxiliar y evangelizar a los pobres
La primera cosa que es necesario hacer respecto a los pobres, es entonces  romper los cristales aislantes, superar la indiferencia y la insensibilidad. Debemos, como justamente nos exhorta el Papa, “darnos cuenta” de los pobres, dejarnos tomar por una sana inquietud ante su presencia en medio a nosotros, muchas veces a dos pasos de nuestra casa. Lo que debemos hacer en concreto por ellos lo podemos resumir en tres palabras: amarlos, auxiliarlos y evangelizarlos.
Amar a los pobres. El amor por los pobres es una de las características más comunes de la santidad católica. Para algunos santos como san Vicente de Paul, madre Teresa de Calcuta y tantos otros, el amor por los pobres fue incluso el camino a la santidad, su carisma.
Amar a los pobres significa sobretodo respetarlos y reconocerles su dignidad. 
Pero los pobres no merecen solamente nuestra conmiseración, se merecen también nuestra admiración. Ellos son verdaderos campeones de la humanidad. Cada año se distribuyen copas, medallas de oro, de plata, de bronce; al mérito, a la memoria o a los ganadores de torneos. Y quizás solamente porque han sido capaces de correr en una fracción menos de segundo que los otros, en los cien, doscientos, o cuatrocientos metros con obstáculos, o por saltar un centímetro más que los otros, o ganar un maratón o un torneo de slalom.
Y si uno observa los “saltos” mortales, los maratones y los slalom que los pobres son capaces de hacer no sólo una vez, pero durante toda la vida, los resultados de los más famosos atletas nos parecerían juegos de niños. ¿Qué es un maratón respecto, por ejemplo, al que hace un hombre rickshaw de Calcuta, el cual al final de la vida hizo a pie el equivalente a diversas vueltas de la tierra, en el calor tremendo, jalando a uno o dos pasajeros por calles maltrechas, entre baches y pozos, zigzagueando entre los autos para no ser atropellado?
Francisco de Asís nos ayuda a descubrir un motivo aún más fuerte para amar a los pobres: el hecho de que ellos no son simplemente nuestros “similares” o nuestro “prójimo”: ¡son nuestros hermanos! Jesús había dicho: “Uno sólo es vuestro Padre celeste y ustedes son todos hermanos” (cf. Mt 23,8-9), pero esta palabra había sido entendida hasta ahora como dirigida solamente a sus discípulos. En la tradición cristiana, hermano en el sentido literal es solamente quien comparte la misma fe y ha recibido el mismo bautismo.
Francisco retoma la palabra de Cristo y le da un alcance universal, que es aquel que seguramente tenía en su mente también Jesús. Francisco ha puesto realmente “todo el mundo en estado de fraternidad”[9]. Llama hermanos no solamente a sus frailes y a los compañeros de la fe, sino también a los leprosos, los ladrones, sarracenos, o sea creyentes y no creyentes, buenos o malos, especialmente a los pobres. Novedad ésta absoluta, extiende el concepto de hermano y hermana también a las criaturas inanimadas: el sol, la luna, la tierra, el agua y hasta a la muerte. Esta evidentemente es poesía más que teología. El santo sabe bien que entre ellas y las criaturas humanas hechas a imagen de Dios, existe la misma diferencia que entre el hijo de un artista y las obras por él creadas. Pero es que el sentido de fraternidad universal del Pobrecillo no tiene confines.
Al deber de amar y respetar a los pobres, le sigue el de auxiliarlos. Quien nos encamina es san Jacobo. ¿De qué nos sirve tener piedad delante de un hermano o una hermana sin vestidos y sin alimentos si les decimos: “¡Pobrecito, sufres mucho. Ve, caliéntate y sáciate!”, si no le das nada de lo que necesita para calentarse y nutrirse? La compasión, como la fe, sin obras está muerta (cf. Gc 2, 15-17). 
Hoy, sin embargo, ya no es suficiente simplemente la limosna. El problema de la pobreza se ha vuelto planetario. Cuando los Padres de la Iglesia hablaban de los pobres pensaban en los pobres de su ciudad, o al máximo en los de la ciudad vecina. No conocían otra cosa si no muy vagamente. 
Eliminar o reducir el injusto y escandaloso abismo que existe entre ricos y pobres en el mundo es el deber más urgente y más ingente que el milenio que ha concluido hace poco ha entregado al nuevo milenio en el que hemos entrado. Esperamos que no sea todavía el problema número uno que el milenio presente deja en herencia a el sucesivo.
Finalmente, evangelizar a los pobres. Esta fue la misión que Jesús reconoció como la suya por excelencia: “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para evangelizar a los pobres” (Lc 4, 18) y que indicó como signo de la presencia del Reino a los invitados del Bautista: “A los pobres es anunciada la buena noticia” (Mt 11, 15). No debemos permitir que nuestra mala conciencia nos empuje a cometer la enorme injusticia de privar de la buena noticia a aquellos que son los primeros y más naturales destinatarios. Tal vez, poniendo como excusa, el proverbio que dice "el vientre hambriento no tiene oídos".
Jesús multiplicaba los panes junto con la palabra, más bien antes administraba, a veces durante tres días seguidos, la Palabra y después se preocupaba también de los panes. No sólo de pan vive el pobre, sino también de esperanza y de toda palabra que sale de la boca de Dios. Los pobres tienen el derecho sacrosanto de escuchar el Evangelio en su totalidad, no en la edición abreviada o polémica; el evangelio que habla del amor a los pobres, pero no del odio a los ricos.
4. Alegría en los cielos y alegría en la tierra
Terminamos en otro tono. Para Francisco de Asís, la Navidad no era sólo la oportunidad de llorar sobre la pobreza de Cristo; era también la fiesta que tenía el poder de hacer estallar toda la capacidad de alegrarse que había en su corazón, y era inmensa. En Navidad él hacía locuras literalmente.
 “Quería que en este día los pobres y los mendigos fuesen saciados por los ricos, y que los bueyes y los asnos recibiesen una ración de comida y heno más abundante de lo habitual. Si podré hablar con el emperador -decía- le suplicaré que emane un edicto general, por lo que todos aquellos que tienen la posibilidad, deban esparcir por las calles trigo y cereales, por lo que en un día de tanta solemnidad los pajaritos y particularmente las hermanas alondras tengan en abundancia”[12].
Se convertía como en uno de esos niños que están con los ojos llenos de admiración delante del pesebre. “Durante la función navideña en Greccio, cuenta el biógrafo, cuando pronunciaba el nombre ‘Belén’ se llenaba la boca de voz y todavía más de tierno afecto, produciendo un sonido como el balar de la oveja. Y cada vez que decía ‘Niño de Belén’ o ‘Jesús’, pasaba la lengua sobre los labios, casi para disfrutar y retener toda la dulzura de esas palabras”.
Hay un canto navideño que expresa perfectamente los sentimientos de San Francisco delante del pesebre y no es de extrañar si tenemos en cuenta que ha sido escrito, letra y música, por un santo como él, san Alfonso María de Ligorio. Escuchándolo en el tiempo navideño, dejémonos conmover por su mensaje simple pero esencial:
Bajas de las estrellas o Rey del Cielo,
y vienes en una gruta al frío y al hielo…
A ti que eres del mundo el Creador,
faltan vestido y fuego, oh mi Señor.
Querido elegido niñito, cuánto esta pobreza
me inspira amor para ti,
luego que el amor te hizo aún más pobre.
Santo Padre, Venerables Padres, hermanos y hermanas, ¡Feliz Navidad!

Fuente consultada: http://www.zenit.org/es/articles/la-iii-predicacion-de-adviento-a-la-que-asistio-el-papa-y-la-curia-romana
[2] Ib. 30.
[3] Celano, Vida Segunda, 151.
[5] J. Guitton, cit. por R. Gil, Presencia de los pobres en el concilio, en “Proyección” 48, 1966, p.30.
[6] S. León Magno, Discurso 2 sobre la Ascensión, 2 (PL 54, 398).
[9] P. Damien Vorreux, San Francisco de Asís, Documentos, París 1968, p. 36.
[12] Celano, Vida Segunda,  151.

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