La fiesta de Pentecostés nos recuerda significados que
se mecen inconscientemente en nosotros. Cuando el Espíritu Santo se nos acerca,
debemos permitir a nuestro verdadero ser alcanzar la calma y la alegría: así
estaremos capacitados para convertirnos en protectores de vasijas sagradas,
esto es, guiar y acompañar a otros. Durante los cincuenta días que transcurren
desde Pascua hasta Pentecostés, queremos profundizar este hacerse hombre. El
Evangelio de la Pascua, el relato de la
Ascensión de Cristo al Cielo y de la culminación del Espíritu en
Pentecostés describen el camino humano al ser, el trayecto de levantarse de
la tumba, de la resurrección en medio de
nuestra vida cotidiana, del ascenso en nuestra propia humanidad hacia el Cielo
que está en nosotros. El Resucitado es quien nos guía en el camino, quien nos
acompaña, el Maestro interior que habla en nosotros. Nuestro propio ser va de
la esperanza en el Espíritu hacia el envío del Espíritu en la fiesta de
Pentecostés.
Cuando
viene el Espíritu, llegamos a nosotros mismos; nuestras capacidades y
posibilidades se despiertan, todo se transforma en nosotros. El capullo se abre
y el tallo de nuestra vida comienza a crecer. PENTECOSTÉS es la fiesta de la
vida. Cuando el Espíritu de Dios, que en un comienzo flotaba sobre la creación,
se introduce en nosotros, somos recreados, entramos en contacto con nuestro
origen, con la imagen original que Dios ha forjado en nosotros.
Más
Pentecostés no se refiere solamente al propio ser individual, sino también a la
realización y al crecimiento de la Iglesia. Pentecostés es el nacimiento de la
Iglesia. Cuando el Espíritu Santo llega a las personas, las une, hace posible
una comunidad abierta para todo aquel que busca y se pregunta. Se establece una
comunidad que rompe su estrechez y se transforma en levadura del mundo. El
hombre completa su realización recién cuando se introducen la comunidad, y en
comunión pone manos a la obra que Dios ha dispuesto para todos nosotros: hacer
este mundo más humano, constituirlo y formarlo a la voluntad de Dios e
impregnarlo del Espíritu de Dios.
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Anselm Grüm
Fragmento de PENTECOSTÉS, EL DÍA 50.
El Espíritu Santo y la plenitud humana.
Editó: Marina
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