Ciudad del Vaticano, (Zenit.org) Redacción | 3128 hits
Este domingo de Pentecostés, el santo padre Francisco presidió en la basílica de San Pedro la santa misa, concelebrada con cardenales y obispos.
Una solmene eucaristía que vio también las ceremonias de la bendición del agua, el canto del Ven Espíritu Creador, el Aleluya, y el color rojo vivo de los paramentos como otra de las expresiones de esta festividad.
En su homilía el santo padre dijo:
“Todos fueron colmados por el Espíritu Santo”.
Hablándole a los apóstoles en la Última Cena, Jesús dijo que después de su partida de este mundo les habría enviado a ellos el don del Padre, o sea el Espíritu Santo. Esta promesa se realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, además de extraordinaria, no se quedó única y limitada a aquel momento, pero es un evento que se ha renovado y todavía se renueva. Cristo glorificado a la derecha del Padre sigue realizando su promesa, enviando en la Iglesia el Espíritu Vivificante, que enseña, nos recuerda y nos hace hablar.
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el camino justo, a través las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino, la vía. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado “el camino” y Jesús mismo es la vía.
El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar en sus huellas. Más que un maestro de doctrina, Espíritu es un maestro de via. Y de la vida hace parte también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El Espíritu Santo nos recuerda todo lo que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras del Señor.
Este recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu, no se reduce a un hecho recordativo, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en la Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo lo que Jesús nos ha dicho, nos hace entrar siempre más plenamente en el sentido de sus palabras.
Todos nosotros hemos tenido esta experiencia, un momento, alguna situación en la que nos viene otra [inspiración], y se relaciona con una frase de la Escritura. Es el Espíritu que nos hace realizar este camino, el camino de la memoria viviente de la Iglesia.
Esto nos pide una respuesta: más nuestra respuesta es generosa, más las palabras de Jesús se vuelven en nosotros vida, y se vuelve actitudes, gestos, testimonio. En sustancia el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor y nos llama a vivirlo.
Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionera del momento, que no sabe hacer tesoro de su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación.
En cambio con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar la inspiración interior y los hechos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sapiencia de la memoria, la sapiencia del corazón, que es un don del Espíritu. Que el espíritu santo reviva en nosotros la memoria cristiana.
En ese día con los apóstoles estaba la mujer de la memoria, aquella que en el inicio meditaba todas estas cosas en su corazón. Era María nuestra madre, que Ella nos ayuda en este camino de la memoria.
Y el Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda --es otro aspecto-- nos hace hablar, con Dios y con los hombres. No hay cristianos mudos, mudos de alma, no hay lugar para esto.
Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que reza en nosotros y nos permite de dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Abbá. Y esto no es solamente un modo de decir, pero es la realidad: nosotros somos realmente hijos de Dios. 'De hecho todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los hijos de Dios'.
Nos hace hablar en el acto de fe. Nadie de nosotros puede decir: 'Jesús es el Señor', lo hemos escuchado hoy, sin el Espíritu Santo.
Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los otros reconociendo en ellos a los hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, con mansedumbre, entendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los otros.
Además el Espíritu Santo nos hace hablar también a los hombres en el profecía, o sea, haciéndolos 'canales' humildes y dóciles de la Palabra del Señor. La profecía es hecha con franqueza para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con mansedumbre e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.
Recapitulando: el Espíritu Santo nos enseña la vía; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace rezar y decir Padre Dios; nos lleva a hablar a los hombres a través del diálogo fraterno y nos hace hablar en la profecía.
El día de Pentecostés, cuando los discípulos “fueron colmados por el Espíritu Santo” fue el bautismo de la Iglesia, que nació 'en salida', para anunciar a todos la Buena Noticia.
La Madre Iglesia que parte para servir. Recordemos a esta nuestra otra Madre, que partió con rapidez, para servir; la Madre Iglesia y la Madre María, las dos vírgenes, Madres. Las dos, mujeres.
Jesús había sido perentorio con los apóstoles: no tenían que alejarse de Jerusalén antes de haber recibido desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo. Sin Él no hay misión, no hay evangelización. Por esto con toda la Iglesia, con nuestra Madre Iglesia católica invocamos, ¡Ven Espíritu Creador!
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