Nuestro fundador Francisco es considerado por muchos como ejemplo excepcional del cuidado Cristiano de la creación.(1) En estos tiempos de crisis ecológica, científicos, líderes religiosos de otras confesiones, estudiosos y creyentes comunes y también no creyentes, han citado a Francisco como su inspirador. ¿Por qué Francisco tiene tanta atracción?
Primero, podemos indicar el amor apasionado y sensorial de Francisco por toda la creación, vista como obra de Dios. Su profundo aprecio por la belleza y la bondad del Creado lo llenaba de un amor y agradecimiento aún más profundo para Dios, fuente de abundancia, bendiciones y plenitud.
Segundo, Francisco experimentó la presencia de Dios en la Creación. Francisco intuyó que lo natural indica participar de lo sobrenatural. Sintió que el Dios que se hizo carne en Jesucristo sigue siendo y siempre estará encarnado en el mundo. En otras palabras, la visión de la Creación de Francisco era sacramental y encarnada. Francisco nos ofrece por lo tanto una afirmación alternativa de la Creación a aquella que enfatiza en la “mancha del pecado original”. Nos recuerda la bondad duradera e intrínseca de la creación, tanto como un flujo de salida como el hogar generativo de Dios. A este conocimiento de Francisco, hizo eco Juan Pablo II en su Encíclica El Evangelio de la Vida (#83), en la cual él alaba “una mirada contemplativa” de “quien no pretende apoderarse de la realidad, sino que la acoge como un Don, descubriendo en todas las cosas el reflejo del creador y en cada persona su imagen viviente.”
Es el Cantico de las Creaturas la obra que mejor describe la expresión de Francisco en su relación con la Creación. Tal vez la característica más distintiva es el contacto que tiene con los elementos de la creación llamándolos “hermano” o “hermana”, revelando la profunda conexión que Francisco sintió con el mundo creado. Se deleitaba en el sol, contemplaba las estrellas, bailaba con el aire, dialogaba con el fuego, probó las maravillas del agua y acarició la tierra. El Cántico es una celebración del amor de Dios que se manifiesta en toda la creación y, a su vez, refleja las alabanzas de la creación. Esto da a conocer el reconocimiento de Francisco de la creación como una expresión del amor generoso de Dios.
Todas las cosas creadas son signo y revelación (sacramento) del Creador, que deja una huella divina en todas partes. Como tal, la creación tiene un valor intrínseco, no por su valor material o instrumental para los seres humanos, sino por el hecho de haber sido creado de Dios. Esta es la verdadera sabiduría ecológica. Aún más, el Cántico no puede entenderse aparte del amor de Francisco por Jesucristo, y su devoción a la Encarnación y a la Pasión. La humildad de Dios, que lo llevó a entrar en la Creación, ha ennoblecido infinitamente toda la creación.
En tercer lugar, Francisco modeló un camino para la acción contemplativa. Su modo devoto de compartir el dolor de los marginados, como el ejemplo con el leproso, lo movía a actuar con compasión. Él por lo tanto mediaba y encarnaba el amor permanente de Dios hacia Cristo resucitado siempre presente, aún escondido en los despreciados y rechazados.
El compromiso de Francisco en vivir la Buena Noticia de Jesucristo, unido a su apasionado amor por la creación, dio origen a una convincente conciencia religiosa y ecológica que lo ha vinculado a la justicia social con la justicia ecológica. Francisco no solo se esforzó por las relaciones justas entre los seres humanos, sino que también por las relaciones justas con las demás creaturas y con la tierra misma – incluso hasta el punto de “obedecer…. a cada bestia y cada animal salvaje” (Saludo a la Virtud, 14).
La visión y la vida de Francisco continúan siendo testigo perenne de una sabiduría ecológica, que los seres humanos, individual y colectivamente, pueden vivir una vida buena en relación fraterna entre sí y con la tierra. Se entiende de modo correcto, su testimonio espiritual y ecológico puede unir a todas las personas de buena voluntad, para que juntos puedan participar en actividades más amplias para crear una sociedad (dando así respuesta a “el grito de los pobres”) y una ecósfera (dando así respuesta a “el grito de la tierra”) más sostenible.
[1]
En 1979 el Papa Juan Pablo II
nombró a San Francisco de Asís “patrono celestial de quienes promueven la
ecología”. En el 35º aniversario de este gran evento, los miembros de la
Comisión Inter franciscana de JPIC Romanos VI, comparten esta reflexión
de hermanos y hermanas franciscanas de todo en el mundo.
Editado por Marina F. Sierra
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